A mediados del S XIX, en León, predominaba el sistema de producción vacuna basado en el aprovechamiento de los pastos comunales.
A finales del S XIX y principios del XX llegaron a España nuevas razas de ganado vacuno que coexistían con las autóctonas; entre ellas llegaron la «frisona» y la «suiza».
A lo largo del S.XIX (1860-70) se extendió un mercado de la leche de las zonas limítrofes con León hacia la ciudad; lamentablemente, este producto fresco no aguantaba durante mucho tiempo el transporte, era un producto de venta diaria. La demanda de leche la ciudad, que estaba en notable crecimiento, propició el asentamiento de muchas granjas de vacuno en el municipio de Sariegos.
La demanda era mayor que la oferta y, por lo tanto, los ganaderos no sintieron la necesidad de transformar la leche en otros productos menos perecederos, como así ocurría con la leche de la montaña que debía sufrir un recorrido mayor para llegar fresca a las ciudades; por lo tanto, en las zonas periurbanas a la capital no se generaron industrias de producción de mantequilla o queso y sólo se vendía la leche fresca en la ciudad.
Hasta los años 30 los ganaderos consideraban que la producción de leche era más rentable que la de carne y por ello orientaron su ganadería hacia ese producto.
CUANDO SE IBA A LEÓN CON LA LECHE
Muchas familias tenían vacas y la leche que sobraba a la familia se llevaba a vender a León. Así que jóvenes y gente más mayor, durante muchos años se dedicaban a venderla por las calles de la capital leonesa.
Antiguamente, el medio más usado para llevarla era la burra y después la bicicleta, aunque también se veían carros tirados por caballos, cuando eran muchos los litros que se llevaban. Cuando en una familia había pocas vacas, suficientes para la economía doméstica, juntaban la leche sobrante de varias familias para «hacer día», esto significa que según la leche que se aportara, se podía llevar a León cada tres días, o dos días seguidos.
Por la mañana se ordeñaba pronto, porque sobre las 9:00 ya había que salir para León. Así que antes de esta hora, había que ir a la casa de la que le tocara venderla. Se medía la leche y se juntaba la fría de la noche anterior en cántaras aparte y la caliente recién ordeñada en otras. Había cántaras que llevaban 10 u 11 litros y la lechera que llevaba 8 litros.
Una vez cerradas cántaras y lecheras con un trapo para ajustar la tapadera, había que colocarlas en la bicicleta para llevar el máximo posible. Ponerlas en la bicicleta era todo un ritual: atrás a cada lado, una cántara; delante otra, donde el guía y una lechera en cada manillar y si se tenía más leche se colocaba otra lechera en el portabultos. También se llevaba dentro de un bolso el cuartillo y el litro, que eran las medidas de capacidad usados para medir la leche.
El tramo que más costaba hacer era el que iba desde el pueblo hasta la carretera general debido a que era camino sin asfaltar, había muchas piedras y era peligroso caerse o perder alguna lechera.
Una vecina de Pobladura recuerda:
«En el Valladal cuando llovía se llenaba la carretera de agua de lado a lado, pero una vez que se llegaba a la carretera Caboalles era mucha gente que encontrabas llevando cosas a vender a León. El camino estaba todo lleno de árboles que daban mucha sombra, cosa que se agradecía. Una vez que se llegaba al Crucero, había una caseta «el fielato» cerca del parque de Quevedo donde se aplicaban los impuestos de peaje y portazgo sobre el pescado y demás mercancías (huevos, verdura, leche, animales, leña…) según una tabla minuciosa de cobranza. En el fielato había unos señores uniformados que aquí les llamábamos «chiris» que controlaban que todo el mundo cumpliese las normas y que la gente tuviera la placa de la bicicleta correcta. Mucha gente allí se reunía y era raro el día en el que no se tuviese que esperar. Lo pasábamos muy bien porque todos nos conocíamos y se hablaba de muchas cosas.
Yo ya tenía clientela fija, mi ruta era por las calles del Crucero, Colón, Sampiro y José Antonio. Cuando se llegaba al bloque de casas se apoyaba la bici en la pared, se cogía la cantidad que la señora quería y se le subía al piso. A pesar de dejar la leche en la calle, nadie cogía nada. El pago de la leche se hacía a diario. Si se vendía toda la leche y se necesitaba más, o por el contrario sobraba y había que venderla; íbamos a la Plaza Mayor de León para venderla o comprarla.
Todos los días bajábamos con leche a León, de lunes a domingo, sin importar que fueran fiestas. Y todos los días había plaza. Más o menos a eso de las 13:00h. nos quedábamos de esperar donde Honorato, que era una tienda de comestibles que estaba cerca del colegio de las Pastorinas. Otro lugar de encuentro era una pastelería que estaba también por allí cerca. Así que un buen bocadillo o un pastel solíamos comer para coger fuerzas hasta llegar a casa. No todo eran risas y momentos divertidos, las chicas sobre todo lo pasábamos mal en invierno porque de aquella no era común llevar pantalones, así que casi todas llevábamos faldas con las que pasábamos mucho frío. Los sabañones estaban a la orden del día en manos y piernas.
Pero de todas las maneras fue una etapa de mi juventud que la recuerdo con buenos momentos. Se trabajaba mucho, pero el ambiente que había era muy sano y favorecía la amistad entre la gente.
celia álvarez díez, Publicado en «Un cuaderno para el recuerdo».Asociación Sociocultural «La Panzuela» 2008
Pío, el lechero de Azadinos.
En los años 50 el Sr. Pío distribuía leche por la zona de La Condesa en la ciudad de León. Su ganadería no tenía carácter familiar, si no que fue empresario de la distribución de le leche; inició su andadaura con un carro tirado por un caballo, pero se mecanizó con uno de los primeros coches que llegaron a la provincia para mejorar las condiciones de su distribución.
El ordeño de la leche:
La jornada comenzaba pronto, al amanecer, para poder hacer el reparto antes de que calentase mucho el sol y la leche pudiera «cortarse».
En los establos, o cuadras, donde las vacas se guardaban por la noche, las mujeres solían hacer el recorrido, vaca tras vaca, para el ordeño.
Para ello, se sentaban en unos taburetes de tres patas (eran así porque estos «asientan» siempre, sobre un suelo que solía acumular paja sucia), colocaban un cubo bajo la ubre de la vaca y con manos expertas y a un ritmo firme pero sereno, conseguían ordeñar la leche de la vaca.
La leche se dejaba en cubos toda la noche, para que enfriase, luego se transportaba a las lecheras que se tapaban rápidamente. Si el cubo era para el consumo familiar y la leche permanecía en él, se cubría con un lienzo de lino o algodón para proteger la leche hasta ser hervida para su consumo.
«En mi casa había 12 a 15 vacas lecheras y mi madre la llevaba a León en carro de caballo, el cual sabía todas las paradas y no se movía hasta que mi madre lo ordenaba.
En abril se compraba alguna vaca joven, jatas, que se llevaban al monte todo el verano y allá por noviembre se guardaban ya en el establo y comenzaban a dar leche.
La leche dse dejaba enfriar toda la noche en los calderos y, si había tormenta, se les ponía un hocil encima, o cualquier cosa de hierro, pues se pensaba que así no se cortaba».
INFORMANTE: ELENA FERNÁNDEZ GARCÍA, DE CARBAJAL DE LA LEGUA.
Sobre la calidad de la leche y de cómo evitar engaños
Para evitar que la leche se adulterase mezclándola con agua, existían unos profesionales conocido por el nombre de «veedores» que actuaban como inspectores midiendo la calidad de la leche y multando si se observaba que esta había sido adulterada.
Para comprobar este objetivo, utilizaban unos aparataos especiales:
Igualmente, algunas personas que llevaban la leche a vender, utilizaban en sus casas unos instrumentos conocidos como «pesa leches familiar«. Como se señaló anteriormente, cuando una lechera no tenía suficiente leche para vender en León a sus compradores, adquiría la que le faltaba de una ganadería vecina; para no ser engañada y comprobar que la leche que compraba tenía la misma calidad que la suya, utilizaba estos instrumentos de medición.
Hoy en día podemos disfrutar del pasto del ganado vacuno en los prados del municipio.
EL RECUERDO DE AQUELLOS TIEMPOS EN NUESTRAS CASAS
Fueron tiempos duros que se recuerdan con añoranza, y las familias rinden homenaje a sus antepasados con la presencia de fotografías y objetos que a veces se decoran o colocan en rincones de las casas.
Voces leonesas sobre el ganado vacuno, la producción y venta de leche, al modo de hablar de Sariegos:
ALFORJAS: Dos bolsas de tela que se unían entre ellas y que se echaban sobre el lomo de las caballerías para transportar, en este caso, las cántaras de leche que se llevaban al mercado. Antiguamente eran de un tejido con la urdimbre en lino y la trama en lana.
CANAL: Zanja que se realiza en la cuadra para dar salida a la orina y al
estiércol
CUBO o CALDERO: Recipiente que se utilizaba para el ordeño de la leche. Antiguamente, los que se recuerdan o aún conservan en alguna casa, eran de zinc y ocasionalmente de «porcelana»; éstos últimos podían ser de hierro con un recubrimiento vítreo muy resistente al calor, a las manchas y a la corrosión, aunque ésto les hacía más pesados.
Con la llegada del plástico, los antiguos cubos de cinz fueron sustituidos por ser, los de plástico, mucho más ligeros.
Solían tener una capacidad entre cinco y 10 litros.
Se colocaban bajo la ubre de la vaca y las manos profesionales de las ordeñadoras (solían ser las mujeres) lo llenaban. Se solían tapar con una tela de lino o algodón para evitar que la leche se manchase con pajillas del establo o con las moscas. Cuando el cubo se llanaba, se iban rellenando las lecheras que hubiera en la casa.
La voz procede del hispano-latino cüpus, derivado, a su vez, del latín cüpa.
JATO-JATA: Becerro o Ternero (DRAE).
LECHERA: Recipiente para almacenar y transportar la leche; por lo general, de forma cilíndrica en la zona, con tapa para resguardar el producto; con dos asas a los lados superiores para facilitar el transporte. Tambíen se denominaba así a la pequeña lechera, que podría tener una capaciad de dos litros, para adquirir la compra de la leche, bien por las personas del pueblo que iban a comprarla a las cuadras de los vecinos o bien por las personas de la capital cuando recibían en su puerta al lechero o lechera.
Pequeña lechera para la adquisición de la leche para la familia, para el gasto de uno o dos días.
LITRO: Vaso de esta capacidad que servía para medir la leche que se entragaba en la venta. Inicialmente, eran de cinz y muy recientemente furon sustituídos por los de plástico.
PESALECHES FAMILIAR: instrumento que sirve para medir la densidad de líquidos como, en este caso, la leche. Etim. calco del francés pése-lait, voz atestiguada en esta lengua al menos desde 1804 como ´áreómetro que sirve para medir la densidad de la leche´. (Diccionario histórico de la lengua española).
VEEDOR: Encargado por oficio en las ciudades o villas, reconocer si son conformes a ley u ordenanzas obras o servicios; en este caso, el veedor comprobaba en la ciudad de León si la calidad de la leche que se llevaba a vender tenía la calidad suficiente o si, por el contrario, había sido adulterada.
INFORMARON:
Asocición de Mujeres «Santa Eulalia» de Azadinos.
Grupo de «Envejecimiento Activo» de Carbajal de la Legua.
DOCUMENTACIÓN:
LANGREO NAVARRO, ALICIA: Historia de la industria láctea española: una aplicación a Asturias 1830-1995. Ministerio de Agricultura, pesca y alimentación.
Facebook de Miguel Bermejo Oblanca.
Revista «Un cuaderno para el recuerdo».Asociación Sociocultural «La Panzuela» 2008
WIKIPEDIA: https://es.wikipedia.org/wiki/Cubo_(recipiente)